sábado, 10 de febrero de 2018

La guerra del corocillo.


Para todos los agrónomos, agricultores y gente del campo, es su peor pesadilla. Es el MRSA de los médicos y científicos de las ciencias de la salud.  Su nombre científico es Cyperus rotundus y posiblemente es el “Terminator” de las malezas. Esta hierbita, con su cara de yo no fui, es indestructible porque hasta donde se sabe, posee todas las estrategias que usan las plantas para reproducirse y por supuesto sobreviven en cualquier sitio, sea en el monte, en un sembradío o en uno de esos filones que deja el concreto en las aceras. Quién se podría imaginar que el corocillo es del mismo género que el tan bondadoso papiro, testigo y elocuente narrador de nuestra historia.

Si usted la viera (y seguro lo ha hecho), es una matica de unos 20 centímetros que hasta lástima da.  El problema con ella, es que para sobrevivir, echa mano de todo lo que la madre Naturaleza ofrece. Produce rizomas (como la yuca), estolones (como la grama de su casa), cormos (como los bananos), tubérculos (como las papas) y por si fuera poco le da también por producir semillas tan chiquitas que el viento se encarga de llevar a todos los rincones del mundo.

A pesar de los avances científicos, el corocillo sigue allí haciendo de las suyas. Todos los años aparecen las grandes compañías ofreciendo su innovador producto para controlarlo, pero nada. Sigue imbatible. La única solución real es ponerse a pico y pala con él, y la mejor estrategia es coger un cuchillo, piqueta o palita, sentarse a coger sol como una teja y usar la proverbial paciencia de los asiáticos.

Mi casa tiene dos pedacitos de jardín que hasta vergüenza da encumbrarlos como tales. Desde hace unos 5 años, casi todos los fines de semana me dedico incansablemente a sacar cormos, tubérculos y plantas de mi pobre engramado  (y sí, son 7 años en eso). Hace un par de semanas me di cuenta de que había ganado la guerra aunque solo en la porción derecha de mi pedacito de jardín. Casi hago una fiesta pero no tenía con qué. En el izquierdo todavía sigue creciendo y sigo con mi paciencia lidiando con la fulana planta no vaya a ser que le der por producir semillas y me vuelvan a invadir mi pedacito limpio.

Ayer 9 de febrero se cumplió un aniversario más de la creación de Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), que ya tiene 59 años peleando su guerra contra el corocillo. Si bien, al principio fue campo fértil (aunque no el paraíso terrenal que todos queremos1) para la producción científica y desarrollo para Venezuela, poco a poco el corocillo empezó también a buscar espacios donde sobrevivir, pero había muchas personas dispuestas a sentarse al sol y pacientemente mantener el corocillo a raya. También esos nobles jardineros usaron su experiencia para que generaciones posteriores se mantuvieran cuchillo en mano en el frente de batalla. Hoy el corocillo ha avanzado, sus grandes dotes para invadir la tierra han dado sus frutos. Ya no quedan jardineros, muchos abandonaron su oficio y dejaron sus herramientas oxidarse. Los otros pocos que quedan, solo pueden mantener limpio algo tan minúsculo que mi jardín se podría ver como el palacio de Versalles.

Así pasa cuando se deja crecer el corocillo. El mundo académico del país está totalmente invadido por esta maleza. No hay universidad, centro de investigación, e institución libre. Cada vez hay menos jardineros dispuestos; pero muchos que por no quemarse en el sol, prefieren abonar a esta superdotada planta desde la sombra.

Sin embargo, el ejército herbicida sigue con su trabajo, solo la constancia y el esfuerzo son garantía de éxito para acabar con la maleza. Muchos siguen en sus trincheras con sus herramientas y paciencia enseñando a nobeles jardineros. Otros desarrollan nuevas estrategias en otras latitudes pero siempre fijos en ganarle la batalla al corocillo endógeno. Estrategias siempre hay muchas pero necesitamos muchas voluntades para vencerlo.

La transcendencia del trabajo creativo del hombre (subestimado por lo general) siempre ha dado al traste con los mayores problemas, o ¿es acaso innegable que pusimos un hombre en la luna? o ¿o vencimos a la viruela? Este país ha contribuido al mundo con ingentes aportes así muchos abonadores de malezas no quieran verlo y el día menos pensado un ejército de científicos y tecnológicos darán con la solución al problema del corocillo y nuestros jardines serán más parecidos al Eden que nunca.