viernes, 18 de noviembre de 2016

Aprender a hacer limonada

El ruido era espantoso, casi no podía entender lo que me decía Patricia. La veía en la pantalla del computador con unos audífonos y enseguida me pregunté qué clase de laboratorio era ese. En el nuestro se escucha musiquita, uno que otro chiste con sus consecuentes carcajadas pero nada como eso.

Patricia fue mi estudiante de pregrado. Siempre tuvo “madera” para ser científica, era de esos estudiantes que uno mira, oye y dice: “guao, ojala todos fueran así” y además, diría yo, le fascina la ciencia como a pocos. Nació para eso pues.

En la vida de un científico, montones de estudiantes van y vienen, sin embargo, llegado a un punto, uno se termina preguntando a cuál de ellos deberíamos  “dejarle el coroto cuando haya que jubilarse” (lo que ahora llaman el legado), ya que tanto trabajo y angustia para armar un laboratorio, conseguir financiamiento para las diferentes líneas de investigación, dotarse de equipos, etc. no puede terminar en un cierre del mismo porque…. Upss!!!! No hay generación de relevo. Esto trae como consecuencia, en el mejor de los casos, la depredación del mentado laboratorio por los vecinos, que también necesitan (o no) lo que se construyó a lo largo de los años.

Cuando uno tiene lo que llamamos un buen estudiante, realmente queremos decir que el tipo o tipa es un personaje con cualidades excepcionales para el trabajo científico.  En mi humilde opinión, esto nada tiene que ver con las notas mis estimado lectores; es algo relacionado con su actitud y aptitud para aprender y su instinto para hacerse preguntas y tratar de responderlas. Como todo en la vida, uno termina desarrollando cierto olfato para identificarlos. Esa gente termina siendo una especie de hijo del cual uno se siente orgullosísimo cuando presenta un trabajo en un congreso, tal cual como si fuera el de uno propio haciendo de niño Jesús en el acto de fin de curso de la escuela.

Patricia siempre fue una estudiante de esas, tanto así, que un par de años luego de obtener su título de pregrado ya tenía 4 publicaciones en revistas internacionales (si lo sacamos por la media nacional, estaba 40 veces por encima1). El día que llego a mi oficina a decirme que se iba a Panamá a probar suerte, la verdad no sentí nada, me lo esperaba, quizás sentí una frustración ya padecida otras veces por el desperdicio de un talento al que nadie pareciera importarle en nuestro país.  Patricia quería seguir estudiando, conseguir un trabajo decente, casarse, comprar una casa, en fin…. soñaba con tener una vida.

Cuando llegó a su nuevo destino, Patricia se embarcó en una maestría cualquiera porque “mientras tanto” tenía que seguir ligada a la academia de alguna manera. Tanto dio y buscó, que al final consiguió a una persona que tiene un proyecto en el área en la cual se formó y que la aceptó como estudiante tesista (es obvio que cualquiera quisiera tener un talento como ese en su laboratorio).

Su llamada era para para preguntarme algunos tips y detalles técnicos para desarrollar su tesis. Mientras le iba contestando entre ese ruido infernal, me fui dando cuenta que ese ambiente no era precisamente un laboratorio sino la cocina de un restaurant donde también trabaja para poder mantenerse y pagar sus gastos. Con razón usaba audífonos.

Según las teorías evolutivas, la adaptación es un proceso en el cual, una población de cualquier especie se adecua a los cambios que ocurren en su hábitat. Básicamente, si no te adaptas a los cambios, desapareces como individuo y finalmente como especie (aplica para todo ¿no?). En la Venezuela de hoy, nos hemos visto forzados a adaptarnos prácticamente todos los días a situaciones diferentes. Nuestro entorno social parece que cambiara cada vez que nos bañamos. Muchos se van para otros ambientes (migran) para poder continuar o mejorar sus carreras académicas, algunos otros se quedan para continuar haciendo ciencia con enfoques nuevos, mucha creatividad y apoyándose en otros colegas que tienen lo que a uno le falta (porque también uno tiene lo que le falta a los otros) y seguir produciendo conocimientos de primera línea y otro grupo hace cualquier otra cosa menos ciencia (aunque les paguen por ello), vendiendo Herbalife, ponquesitos o haciendo de taxista, a su manera, adaptándose también.

Para el futuro científico y tecnológico del país, una de las preguntas más importantes es ¿qué hacer con todos esos talentos que conforman el primer grupo? Muchas opiniones consideran que en algún momento habrá que organizar un programa de repatriación de estos venezolanos para que se incorporen a las universidades y centros de investigación. Sin embargo, estamos muy lejos de llegar a siquiera soñar con esa posibilidad. Para aplicar cualquier programa de repatriación, primero debemos fortalecer nuestro sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación (SNCTI), mejorando enormemente las condiciones salariales de los científicos y académicos, haciendo una verdadera reforma universitaria (de eso hablaremos en otras entregas), desarrollando un sistema de incentivos para el desarrollo tecnológico junto a las empresas, mejorando las becas para la formación de nuevos científicos, un largo etc.

A mi modo de ver, la generación que se fue y que se sigue yendo del país es muy difícil de recuperar, pero si sabemos adaptarnos, podremos tener una gran red formada por futuros colegas que dirigirán laboratorios y manejarán recursos financieros en otros países. Desde esta perspectiva, muchos se unirán a la reconstrucción de nuestro golpeado SNCTI desde sus trincheras, recibiendo a nuestros estudiantes o haciéndonos copartícipes de sus proyectos. Fortalecer esa red tendrá que ser una tarea inaplazable porque nos rendirá frutos a corto plazo y con el menor gasto posible. En pocos años mientras se implementen políticas científicas a mediano y largo plazo, estos venezolanos que hoy se abren camino en el extranjero serán nuestros mejores aliados.

Patricia va a ser una de ellas, estoy seguro de que en el futuro será líder mundial en la actividad científica que ella escoja y que su amor por Venezuela es a toda prueba. Si las cosas mejoran un poco quizás se regrese y aporte desde aquí. Si no, estará siempre dispuesta a hacerlo desde donde se encuentre. En la ruidosa cocina del restaurant ella sigue planificando sus experimentos y buscando oportunidades que la lleven más lejos. Debo confesar que la llamada de Patricia me alegro el día.


sábado, 5 de noviembre de 2016

Más élite serás tú


En todas las familias hay un tío de esos que tocan cuatro sabroso y que arma la parranda en cualquier boda, bautizo o cumpleaños. Generalmente ese mismo tío tiene un hijo que es buen deportista y que en cualquier “caimanera” del colegio o del barrio se destaca. Sin embargo, nuestro tío no será nunca director de orquesta ni su hijo atleta olímpico.

Para llegar al pináculo de cualquier actividad (y léase bien, cualquiera), se necesitan esencialmente 2 cosas: talento y mucho, mucho, pero mucho, entrenamiento. Aunque en algunos casos lo segundo puede ser suficiente para superar alguna falta de lo primero y el talento sin trabajo es inútil. Una vez que usted ha alcanzado cierto nivel de desempeño, empieza a ser considerado como parte de un grupo de élite dentro de su actividad. ¿Quién puede dudar de que nuestros medallistas olímpicos son atletas de élite o que Gustavo Dudamel pertenece a la élite de los directores de orquesta del mundo?

A muchos, la palabra “élite” les causa piquiña, porque su contenido se ha deformado en el tiempo de manera peyorativa. De acuerdo con esa aberración, ser parte de una élite te convierte en un personaje excluyente que sólo le dirige la palabra a sus pares y siempre mirará con desprecio a los que considera inferiores. ¡Y claro que hay gente así! Pero los hay en todos lados y en cualquier grupo, pertenezcan a una élite o no.

En los últimos años se ha demonizado la figura del científico por considerar que hace una “ciencia elitista” (vaya usted a saber qué significa eso), que responde a intereses de grupos económicos, extranjeros o simplemente porque su ego es tan grande que les es imposible tener sensibilidad social.  Nada más lejos de la realidad. Por alguna razón, ser de una élite siempre y cuando usted sea un atleta olímpico, director de orquesta, general de división o piloto de la fórmula uno está bien, pero ser un científico con muchas credenciales académicas no lo es tanto; quizás porque a lo único que se dedica un científico es a pensar.

En Venezuela, la producción científica ha caído desde 2009 debido principalmente a la falta de inversión, presupuestos deficitarios y el éxodo o jubilaciones de muchos académicos (Bonalde, 20131). Esta producción, es medida según el número de publicaciones científicas por investigador que tiene un país. En Venezuela, según cifras oficiales, hay registradas unas 12.000 personas en el Programa de Estímulo a la Innovación e Investigación (fíjense que no al investigador o al innovador) o PEII.  Y de acuerdo a cualquier base de datos, nuestras publicaciones científicas rondan las 1.400 anuales. Esto significa, a vuelo de pájaro, que el promedio anual de publicaciones por científico es de 0,1, o si quiere que suene peor, un científico promedio en Venezuela está publicando un artículo arbitrado cada 10 años.

Viendo ese catastrófico número se me ocurren dos escenarios, o la mayoría de las personas inscritas en el PEII no son realmente “científicos o innovadores” o la inmensa mayoría de los “científicos o innovadores” del país no trabajan. Según esos números, un científico en Venezuela habrá publicado con suerte unos 3 o 4 artículos en promedio cuando se haya jubilado (tremendo logro ¿no?).

A mi modo de ver, la situación actual tiene bastante de ambos factores, ya que como menciono al principio, la actividad científica ha sido demonizada en los últimos tiempos y no se ha hecho justicia para aquellas personas que siguen produciendo conocimiento, haciendo desarrollo tecnológico o innovando procesos a pesar de las condiciones actuales.

Como no me puedo quedar con la espinita de que el mundo nos vea como unos verdaderos piratas, me dispuse a hacer otro tipo de búsqueda con datos que pudieran separar la paja del grano y así poder salvar el honor de los que realmente trabajan. Buscando en algunas bases de datos, pude corroborar que Venezuela en 1996 estaba en el 5to puesto entre los países latinoamericanos  con unas modestas 998 publicaciones. A partir de allí, hemos ido en franca caída hasta hoy, donde nos encontramos de octavos en ese mismo ranking con 1474 publicaciones por año2. Si uno se pone a escarbar en esos datos, notará que nuestro nivel de publicaciones ha crecido muy poco para tener 12.000 científicos mientras que otros países nos han dejado el pelero en el mismo tiempo y con muchísimos menos recursos económicos. Por ejemplo, Colombia (si, aquí al lado) pasó de publicar 595 artículos en 1996 (la mitad de lo de nosotros) a tener 7500 publicaciones en 2015 (5 veces más) ubicándose en el 5to lugar. Ni siquiera vale la pena mencionar a Brasil, México, Argentina y Chile que son unos verdaderos monstros en comparación. De hecho, es muy probable que Ecuador nos supere en 2016 y bajemos otro peldaño más. La cosa sin duda, esta grave.

Ahora, si usted sigue investigando se consigue con la base de datos que Google tiene para cosas académicas. Si bien, en esa base de datos no están todos los científicos del país (muchos de ellos con tremendas credenciales), si le garantizo que la inmensa mayoría de los que aparecen en ella son personas que trabajan de verdad verdad y nos sirve como una buena aproximación de la realidad actual. También le garantizo que el que no trabaja y no quiere que le “vean” el currículo, no aparece allí ni a palazos.

Cualquier avispado podrá decir que el número de publicaciones no habla de la calidad de las mismas (cosa que es cierta), pero, el número de veces que estos trabajos son citados por otros científicos puede más o menos indicar que tan importantes son. Los 100 científicos venezolanos más citados en el ranking de Google (y ahí comenzamos con lo de la élite) acumulan 214.000 citas de sus trabajos hasta el sol de hoy3. Eso nos pone en un 6 lugar comparado con las élites de otros países (ver gráfico anexo). Bastante mejor ¿no? Cualquiera podría pensar que estos 100 investigadores son unos viejitos ya retirados a los que, debido a su larga trayectoria todavía siguen citando, o que muchos son venezolanos pero trabajan en el exterior. Yo mismo lo pensé, y para mi sorpresa, 67 de ellos están totalmente activos aquí en nuestra amada Venezuela, otros 8 son activos y comparten sus actividades en otro país (están de sabático, en el plan Prometeo, etc.), 8 siguen activos pero sí hacen vida en otros países, 15 están retirados de la actividad científica y 3 a pesar de estar retirados, tienen puestos en gerencia de la actividad científica. En 2 platos, 77 de los 100 científicos más citados del país se siguen rompiendo el lomo en estas tierras con el único propósito de hacer del conocimiento y del desarrollo tecnológico algo tangible.

Por otro lado, esa “élite” publicó unos 380 trabajos científicos en 2015 y su promedio de publicaciones por año/investigador se ubicó en un poco más de 5. O sea, la élite produjo 50 veces más publicaciones que la media nacional. ¿Trabajaron 50 veces más que los demás? Pues yo no lo creo.  De lo que si estoy completamente convencido, es que lo único que hicieron fue trabajar y que el número actual de venezolanos dedicados a la ciencia (los “científicos reales”) son muchos menos de lo que se dice. ¡Ah claro! Esos tipos que publican pertenecen a una élite.


Ojalá que en el futuro próximo nuestra élite científica (no solo los 100 mencionados) no tenga que lidiar con formar discípulos que se quieran ir del país y que las nuevas generaciones puedan superar a sus maestros en cuanto a número y calidad de publicaciones.  Nuestra política científica debe ser diseñada y vigilada por todos aquellos que realmente trabajan y no dejarle tan delicada tarea a burócratas sin visión. Los científicos tenemos la obligación de hacerles ver a los políticos, que la ciencia, el desarrollo tecnológico y la innovación de procesos son palancas de vital importancia para el desarrollo. Debemos obligarlos a entender que la vía para salir del abismo debe ser vista como una escalera de peldaños cortos para hacer consistente nuestro avance y no como un salto de garrocha donde aspiremos más de lo que podemos lograr independientemente de los recursos destinados a ello. El país del futuro debe contar y confiar en su élite científica y los científicos venezolanos deben seguir haciendo su trabajo.

viernes, 21 de octubre de 2016

Eugenio no corrige exámenes

Cuando me vine a vivir a Maracaibo tuve que hacer un nuevo doctorado. El de los aires acondicionados. Para un tipo que vivía en San Antonio de los Altos, eso de que un aparato enfriara el aire a mi alrededor nunca me importó. Aquí me enteré que los hay de ventana, splits, centrales (todos ellos eléctricos o a gas) y con diferentes potencias, marcas y apreciaciones de parte del público que llegan literalmente al infinito. Como yo era un verdadero neófito en todas esas artes, fui sopesando las opiniones de cuanto maracucho conocía para comprar mi respectivo primer aire acondicionado.

El día que tuve la dicha de adquirir el fulano aparato, comenzó formalmente mi nuevo programa de formación. Resultó que a esas cosas hay que hacerles mantenimientos y chequeos muy regulares (de todo tipo) y al cabo de unos meses, para mi desgracia (sobre todo por los reclamos de mi familia), el “aire” se echó a perder. Fue allí, para mi fortuna, donde conocí a mi amigo Eugenio.

Eugenio estudió química en la Universidad del Zulia (LUZ) y por vicisitudes de la vida, tuvo que abandonar la carrera en el octavo semestre. Él ha hecho de todo, fue cajero de un banco y llegó a sub-gerente. Con las prestaciones de su renuncia en el banco compró un par de taxis y tuvo que aprender mecánica cuando su flota creció y así no depender de los “piratas” que nunca reparaban los carros a su gusto. A la larga, vendió los taxis y se hizo especialista en refrigeración. Hoy en día Eugenio tiene un taller mecánico a donde llevo lo que me queda de carro y hace servicios y reparaciones de equipos de refrigeración. Al final, hoy tengo un buen mecánico que me arregla los aires acondicionados de la casa, algo así como un dos por uno. Lo único que Eugenio no hace es arreglar los aires acondicionados de los carros ¿raro no?

Un día montados en el techo de casa, nos pusimos a conversar mientras le hacía mantenimiento a “la unidad”. Hablábamos de lo precaria que estaba la actividad científica en el país, de algunas de sus experiencias en LUZ y como en esa época (los 90) los profesores investigaban sobre esto o aquello. A mí, ciertamente la conversa me parecía fascinante; una delicia hablar de ciencia con mi técnico en refrigeración mientras uno se cocina en el techo de una casa en Maracaibo a eso de la una de la tarde.

Con el pasar del tiempo, Eugenio me fue enseñando como hacer el mantenimiento de los equipos, medir la capacitancia o el amperaje de los componentes, y hasta compré un juego de manómetros y una bombona para recargar los compresores de gas. En fin, para ser un extranjero en tierras zulianas ya tenía bastante conocimiento del tema. Ya, a estas alturas, Eugenio solo va a la casa para limpiar los aires (yo no tengo los quipos para eso) y por lavar tres aparatos en unas dos horas me cobra treinta mil bolívares. Las otras veces que lo veo es porque llevo mi cacharro a su taller.

La última vez que lo vi, volvimos a conversar como de costumbre sobre la situación actual de la academia, adelantos tecnológicos de su interés y otras tonterías; en una de esas le pregunté si nunca pensó en terminar la carrera de química. Eugenio sonreído como siempre me contestó,- ¿Y para qué? Si tuve que enseñarte casi todo lo que se sobre aires acondicionados porque no puedes pagarme-, prefiero seguir en lo mío y acostarme temprano que corregir exámenes y tesis.

Tenía razón. Si cobráramos las horas de trabajo como lo hace Eugenio, probablemente la situación del desarrollo científico tecnológico sería diferente. Cualquier científico, académico o profesor universitario sabe que las 8 horas que “tenemos” que trabajar no son suficientes. Generalmente, una vez que nos vamos del laboratorio (suponiendo que por un milagro lo hagamos a las 4:30pm) y que culminamos con nuestras labores de padres, nos toca otra jornada nocturna planificando experimentos, corrigiendo tesis o exámenes, escribiendo propuestas para proyectos o artículos científicos.

Si Eugenio trabajara las 8 horas del laboratorio, unas 2 horas de leer la tesis del estudiante que esta por graduarse antes de acostarse y 1 hora adicional a las 4:00 am para leer unos artículos científicos de interés para sus próximos experimentos, estaría cobrando unos 165.000 bolívares diarios. Algo así como unos 4.5 millones mensuales.

¿Les parece mucho? Saque la cuenta mi estimado lector. Si convierte ese sueldo en los dólares que se consiguen en el país se dará cuenta de que ese es más o menos el sueldo promedio de un científico en casi todas partes del mundo. Actualmente los profesores y científicos venezolanos cobran en el mejor de los casos unos 120.000 bolívares mensuales. Bajo ese escenario ¿Usted cree que Eugenio alguna vez corregiría un solo examen?

Los que sí corrigen exámenes son miles de profesores universitarios y científicos de instituciones adscritas al mismo ministerio que a punta de vocación y esfuerzo mantienen vivo el pensamiento creativo y libre. Increíblemente y en contra de todo pronóstico muchos continúan produciendo nuevos conocimientos que serán de provecho para nuestra patria en un futuro no muy lejano. En algunos foros pareciera que tener vocación y trabajar por amor a la ciencia es un pecado, incontables veces hemos escuchado a demasiados burócratas burlarse de las peticiones de sueldo justo para los académicos porque al final, nosotros trabajamos por amor y no por dinero. Pues vaya para todos los colegas que siguen trabajando en pro de una mejor Venezuela mis saludos y respetos. El futuro está cerca y tendremos una nueva oportunidad de enrumbar a nuestro noble país hacia destinos de progreso.


Dados los hechos del día de ayer 20 de Octubre sobre la suspensión por parte del CNE de la recolección de firmas, no me queda más que despedir este espacio recordando que tenemos un compromiso con nuestros hijos, estudiantes y nuestra patria. No los defraudemos y mantengamos el espíritu de lucha. Mandela una vez dijo “Después de escalar una gran colina uno se encuentra sólo con que hay muchas más colinas escalar”.


viernes, 7 de octubre de 2016

Entre la envidia y la admiración

Decía Pierre Corneille (dramaturgo francés del siglo XVII) que un envidioso jamás perdona el mérito. El éxito o fracaso de un científico se basa precisamente en el mérito ganado a pulso a través de los años por sus publicaciones. En absolutamente todo el mundo, incluyendo  cualquier país que usted se pueda imaginar, eso sí, exceptuando el nuestro, el trabajo de un científico se mide por el número y la calidad de sus publicaciones. Hoy en día en nuestra querida Venezuela, nos debatimos en demostrarle a los decisores (así los llaman los burócratas) que la ciencia es importante, no importa en cual rama sea. Desde hace muchos años, hemos escuchado una diatriba estúpida entre lo que algunos “decisores” y operadores políticos llaman ciencia útil o inútil (la famosa ciencia pertinente) ya que para ellos un científico tiene que resolver problemas que padece el país.  Hemos  escuchado por años que las cañerías de una ciudad están tapadas, que no hay agua en tal o cual lugar, o que los semáforos no funcionan y es nuestra labor, no de los gerentes de nuestros recursos (llámense alcaldías, gobernaciones o gobierno nacional) el hacer “ciencia útil” para resolver todos esos problemas. Lo contradictorio de todo esto, es que los grandes pregoneros de esta tesis nunca han hecho nada que se pueda considerar ciencia “pertinente” porque lo único que han hecho (como todos los demás) es ciencia pura y simple, o sea, producir conocimiento. 

El trabajo de un científico es bastante sencillo (lo complicado es el contenido), usted se hace una pregunta, diseña un experimento que pueda responder a esa pregunta y escribe los resultados derivados de esos experimentos. Para qué escribe, pues para que los demás puedan usar esos nuevos conocimientos en diversas áreas y ¡oh sorpresa! para que los tecnólogos o ingenieros puedan usarlos en desarrollar productos “útiles” a la sociedad. Si usted no escribe y no publica esos resultados, pues, es como si no hubiera hecho nada.

Los resultados obtenidos por los científicos son publicados en revistas especializadas y como todo en la vida las hay revistas buenas y revistas malas o en todo caso, revistas que lee todo el mundo y revistas que solo la leen sus editores. Dentro de las primeras, hay un grupito donde todo científico sueña con publicar sus resultados (aunque algunos lo nieguen) y me refiero a revistas como Science y Nature (entre otras).

Este par, son muy famosas porque tienen un formato multidisciplinario (o sea, cualquier área de la ciencia) y para que cualquier trabajo sea publicado en ellas, el contenido del trabajo tiene que ser considerado “importante” para la comunidad científica internacional. ¿Qué actor no quiere hacer un peliculón tipo “El Padrino” o qué músico no quiere tener un disco de platino? Pues bien, publicar en cualquiera de esas dos revistas es todo un logro.

Hace unos días, 7 colegas venezolanos que fueron parte de un equipo internacional, tuvieron la buenaventura de que uno de sus trabajos fuera publicado en Science1. Por varios años Anairamiz Aranguren de la ULA, Gerardo Aymard UNELLEZ, Natalia Ceballos-Mago Fundación Vuelta Larga, y Laurie Fajardo, Ángel Fernández, Reina Gonto y Jafet Nassar (todos del IVIC) se dedicaron a sistematizar la diversidad de plantas de los bosques secos del neotrópico (bosques que están verdaderamente amenazados) y así proponer ideas para su conservación.

En este país donde las oportunidades, equipos científicos, bibliotecas y recursos financieros escasean, no deja de sorprender que científicos venezolanos puedan realizar trabajos que sean reconocidos internacionalmente al ser publicados en las mejores revistas del mundo. Para envidia o admiración de todos (usted escoge el sentimiento), una vez más queda demostrado que a pesar de las dificultades, tenemos una masa crítica de investigadores dando el todo por el todo en este país y que su trabajo es sin ninguna duda “útil o pertinente”. Para todos los autores vengan mis más sinceras  felicitaciones (sobre todo a los que tengo la dicha de conocer) y espero que sigan cosechando éxitos como este. Algún día nuestros gobernantes tendrán que entender la importancia de ser parte de la sociedad del conocimiento y ese mismo día, entraremos en la senda del progreso. 


jueves, 22 de septiembre de 2016

El cazador de cotorras margariteñas

Apuesto lo que sea a que conocen al "cazador de cocodrilos". Si por una extraña razón no ha visto televisión digamos......... nunca. Les cuento que este era un naturalista Australiano que andaba en shortcitos lanzándose encima caimanes y cocodrilos enormes. Su nombre era Steve Irwin y lo que hacía era agarrar estos reptiles enormes que vivían cerca de algún poblado y los llevaba a sitios distantes para que ambos; pobladores y animales tuviesen un lugar más seguro donde vivir. Ver a este pasado de testosterona y simpático tipo a mí me resultaba agradable. Lamentablemente Irvin falleció grabando un documental en el océano cuando una manta raya lo atacó y le perforó el corazón con su aguijón.   El “cazador de cocodrilos” era una estrella de TV a nivel planetario y su compromiso con la defensa y conservación de la naturaleza era sincero. Sin embargo, Irving a pesar de ser alguien influyente (por lo menos en Australia y en Animal Planet TV supongo) no hacía estudios sistemáticos de alguna especie o comunidad de especies en particular que le permitiera a través de datos duros (así llamamos los científicos a nuestras evidencias que creemos irrefutables) proponer o diseñar algún tipo de programa formal para la conservación de los animales con los que trabajó más allá de impartir algún tipo educación tanto en TV, como en el zoológico que regentara su esposa. En fin, Irving no era científico.

Hace algunos años cuando ingresé al IVIC como estudiante graduado en el Centro de Ecología, conocí a un investigador que (y espero no se moleste con la comparación) era la versión criolla y mejorada del “cazador de cocodrilos” aunque él trabaja principalmente con aves (me imagino que inteligentemente prefirió ser mordido por un perico que por un caimán de 4 metros y 300 kg). Su nombre es Jon Paul Rodríguez y acaba de ser electo como presidente de la Comisión de Supervivencia de Especies (SSE por sus siglas en inglés) de la UICN1 en el último Congreso Mundial de la Naturaleza celebrado en Hawaii. Jon Paul estará a cargo desde este momento hasta el 2020 de conseguir apoyo y mostrar su liderazgo en una gran red global de especialistas y al mismo tiempo de promover acciones concretas para la conservación de la naturaleza2 ya sea directamente con gobiernos, ONGs, universidades, instituciones de investigación, etc (casi nada pues). 

¿Qué les parece? Un venezolano dirigiendo tamaña comisión. Generalmente (siempre hay excepciones) las elecciones que se realizan para este tipo de cargos, dependen exclusivamente del trabajo realizado por los candidatos. Es decir, se evalúan los currículos de los aspirantes y los votantes eligen por la que consideran su mejor opción. Medir el trabajo de un científico a pesar de lo complejo y algunas veces inentendible para la mayoría de los mortales es, paradójicamente bastante fácil. Los hombres y mujeres de ciencia tienen indicadores bien establecidos para su evaluación como lo son: el número de artículos científicos publicados en revistas arbitradas, el número de citas que estos artículos obtiene al pasar del tiempo, capítulos de libros, libros completos, patentes, estudiantes tesistas y un largo etc. Por lo tanto saber si un investigador hace o no su trabajo es fácil y totalmente público (ojalá muchos de nuestros empleados y funcionarios públicos pudieran ser evaluados así). En el caso de nuestro “cazador de cotorras margariteñas” sus publicaciones suman más de 170 artículos científicos, que han sido citados nada más y nada menos que 6400 veces3, es miembro fundador de la  asociación civil para la conservación de la naturaleza Provita, autor del Libro Rojo de la Fauna de Venezuela entre otras cosas, lo que le ha valido para obtener una pila de premios nacional e internacionalmente (incluyendo el premio nacional al mejor trabajo científico del Ministerio de Ciencia en 2007 y el codiciado premio Polar de ciencias en 2013).

En fin, Jon Paul es venezolano y sigue haciendo buena ciencia en Venezuela, sus aportes en la preservación de la biodiversidad han sido enormes e inobjetables en un país que poco o nada hace para la generar políticas serias de conservación. Desde aquí le deseamos éxito en su nuevo papel y que aunque sea haciendo ciencia a pedradas, Venezuela lo tome en cuenta y aproveche la oportunidad de ponerse al día con la defensa de la naturaleza.

Jon Paul Rodríguez

Foto: Jon Paul Rodríguez

P.S, Si tienes alguna sugerencia de temas y científicos venezolanos que a pesar de la crisis están rompiendo esquemas con sus investigaciones no dejes de escribirnos.




miércoles, 14 de septiembre de 2016

¿Ciencia a pedradas?, virtudes de la ciencia venezolana en tiempos de crisis

Estimados lectores, les parecerá raro el nombre de este blog, pero entenderán al pasar de las líneas la naturaleza y la intención de este y los futuros escritos. Durante los últimos meses hay dos cosas que a través de la prensa escrita y probablemente en TV, me han taladrado el cerebro. En primer lugar, en los últimos años ha habido un real pero para mí mal llamado éxodo, emigración, diáspora o cualquier epíteto que usted desee de científicos venezolanos (1,2,3), que ha despertado una suerte de “esquizofrenia” colectiva y derrotista (solo para los académicos debo decir) que se parece más a la famosa pelea de los borrachos por la botella vacía, y que en mi opinión, desconoce y desestima la capacidad real de realizar un trabajo científico de calidad en el país (muy a pesar de las evidentes limitaciones). También debo decir que en esta patria seguimos y vivimos un gran colectivo de profesionales con muchísima mística y preparación dando el todo por el todo por nuestro futuro (aunque ni tirios ni troyanos lo quieran ver). Según muchos de los escritos, pareciera que se fueron los candidatos al Premio Nobel y que el bagazo intelectual sin expectativas ni credenciales quedó a merced de esta coyuntura, sin esperanzas de realizar un trabajo creativo e inteligente en pro del país. En segundo lugar, me da pesar (o dicho en criollo, me revienta) leer a nuestros queridos periodistas nacionales que escriben sobre hallazgos científicos, mitos, leyendas y cuentos de ánimas como si fueran lo mismo y sin el rigor que deberían tener ante tamañas "verdades", valga el ejemplo de la guanábana curando el cáncer según “especialistas” de la UCV (4) o lo tristemente dicho por una “profesora universitaria” la siembra de matas de acetaminofén (5)  para no depender de las maléficas transnacionales de la farmacia y que simplemente nadie le pregunte a más de 12.000 científicos  (según cifras oficiales) si hay algo que se esté haciendo bien en Venezuela; ¡alguien, aunque sea un grupito! debe estar haciendo cosas comparables con los países del primer mundo (créanme cuando les digo que sí los hay).

De acuerdo con nuestra primera afirmación debo comentarles que estoy absolutamente de acuerdo con lo que está sucediendo, muchísima gente, no solo científicos se han ido del país, sin embargo ninguno de los entrevistados (y mucho menos entrevistadores) nos dispensa un soplo de virtud a quienes seguimos aquí en Venezuela haciendo ciencia de verdad verdad. Cada día se ven más entrevistas a los “numerólogos del exilio” que entrevistas a científicos venezolanos. Si bien muchas “mentes brillantes” se han ido del país, no hay ningún dato cuantitativo (somos científicos y todo lo relacionamos con números) de la calidad de los emigrados en cuanto a publicaciones, proyectos, patentes, etc.; en dos platos, si son o no buenos científicos. En este chiquero temporal donde estamos sumergidos, todavía vivimos muy a pesar de las dificultades, un montón de venezolanos que hacemos buena ciencia así sea a pedradas porque la creatividad y la inteligencia poco tienen que ver con el dinero. Recuerdo que un amigo me dijo alguna vez que él para hacer ciencia necesitaba cerebro y unas cuantas computadoras y que por lo menos tenía garantizada la primera mitad, porque hasta con computadoras viejas se hacían cálculos (solo que son más lentas que las nuevas).

Por otro lado nuestra intención es promover y tratar de hacer entender a los lectores no académicos que la ciencia es más fácil de lo que se cree y que a pesar de seguir ciertas reglas, comunicarla debería ser un acto sencillo. Bien decía Albert Einstein, si no puedes explicar un fenómeno científico en palabras simples es porque no lo entiendes del todo. Entonces si eres comunicador social, entrevistador, o curioso por naturaleza, busca quien te explique las cosas de manera sencilla, con datos que puedan ser verificables (existen miles de revistas científicas para ello, OJO, “Facebook”, “Vanidades” o “La Revista Dominical de Cutusiapòn” no califican como tales) y contrasta todas las versiones que leas con los especialistas (si, en Venezuela hay montones).

A partir de ahora, y espero semanalmente, les trataré de echar el cuento de las mujeres y hombres que a pedradas hacemos ciencia en Venezuela. Estoy seguro que quedarán gratamente sorprendidos de lo que sucede en nuestra querida tierra a nivel de pensamiento científico y desarrollo tecnológico y estoy absolutamente seguro que pasaremos de hacer ciencia a pedradas para en el corto tiempo hacerla con guijarros y finalmente, cuando todos entremos en la senda del desarrollo, sin espejismos y sin esperar dádivas que no merecemos, seamos parte del concierto mundial de la sociedad del conocimiento.

La semana que viene les cuento de un Venezolano que acaba de ser elegido como el presidente Comisión para la Supervivencia de Especies (CSE) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). (algo así como el responsable de que no desaparezca ni un animal más de la  faz de la tierra (¿tenían dudas de que hay “cerebros” con quien contar en el país?)).

Citas
1- Fermín (2016) 1.457 investigadores científicos y tecnólogos migraron en los últimos 15 años. El Nacional http://www.el-nacional.com/sociedad/investigadores-cientificos-tecnologos-migraron-ultimos_0_847715294.html%20
2- Margolis  (2009) Hugo Chavez is scaring away talent. Newsweek http://www.newsweek.com/hugo-chavez-scaring-away-talent-80337
3- Peralta, Lares & Kerdel (2014). Diáspora del talento migración y educación en venezuela: análisis y propuestas editoriales varias
5- El Nacional (2015). Precandidata del PSUV invitó a sembrar “matas de acetaminofén http://www.el-nacional.com/politica/Precandidata-primarias-PSUV-sembrar-acetaminofen_0_642535859.htm